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Contaminación lumínica

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La contaminación lumínica crece sin freno en todo el mundo.

Cada año que pasa el planeta es más brillante en extensión e intensidad.

La mayor parte de los países está cambiando las bombillas convencionales por sistemas LED, lo que ha causado un «efecto rebote». (Science Advances)

Madrid – La luz artificial que emana de las ciudades no solo nos impide disfrutar de las estrellas, sino que además afecta a nuestra salud, a las plantas, a los animales nocturnos y a los microorganismos y, sin embargo, no para de crecer: la noche es cada vez más luminosa.

Así lo advierte un estudio publicado en Science Advances y liderado por Christopher Kyba, del Centro de Estudios Geológicos (GFZ) de Potsdam, y en el que ha colaborado Alejandro Sánchez de Miguel, del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA), quien alerta de las consecuencias de no planificar bien el uso de la tecnología LED.

El trabajo, basado en los datos recogidos por el satélite VIIRS (Radiómetro de Imágenes por Infrarrojos Visibles), analiza cómo ha evolucionado la contaminación lumínica entre 2012 y 2016, y advierte que mayor eficiencia energética no equivale a menor consumo.

Según el estudio, la contaminación lumínica crece un 2,2 por ciento anual, y cada año que pasa el planeta es más brillante en extensión e intensidad.

El estudio recuerda que desde hace unos años, la tecnología LED está sustituyendo a las tradicionales bombillas de sodio en prácticamente todos los lugares (municipios, empresas, hogares…).

«Las LED han supuesto una revolución tecnológica con aspectos positivos como varios tipos de color, intensidad regulable o capacidad de poner el foco en un punto concreto, pero su eficacia depende mucho de cómo se usen», advierte Sánchez de Miguel en declaraciones a Efe.De hecho, las LED son más eficientes que las bombillas de bajo consumo que se usan en las casas pero no más que las lámparas de sodio que se usan para iluminar carreteras y calles.

Sin embargo, la mayor parte de los países está cambiando las bombillas convencionales por sistemas LED, lo que ha causado un «efecto rebote», porque «se están sustituyendo unas por otras sin estudiar previamente cuál es la iluminación correcta para cada sitio», denuncia.

De hecho, en la mayoría de países esta sustitución de luces se está haciendo «a golpe de subvención» y sin planificar qué tipo de luz o cuánta es necesaria: «en muchos lugares se han cambiado una bombilla de sodio por tres o cuatro LED, por lo que al final el gasto y la contaminación son mayores».

Según el estudio, entre 2012 y 2016, la luz nocturna ha crecido al mismo ritmo que el Producto Interior Bruto (PIB) de los países desarrollados, y mucho más rápidamente en los países en desarrollo de América del Sur, África y Asia.En ese periodo, el brillo nocturno solo descendió en unos pocos países del mundo, la mayoría, como Yemen o Siria, por estar en guerra, y se mantuvo estable en Italia, Holanda, España y Estados Unidos, que ya se encontraban entre los más iluminados del planeta.

Pero incluso mantenerse estable o rebajar la luz emitida -como es el caso de Madrid o Milán- no significa que la contaminación sea menor, sino que «el satélite no ha sido capaz de detectarlo», detalla el científico del IAA.

De hecho, al comparar los datos VIIRS con las fotografías tomadas desde la Estación Espacial Internacional (ISS), los científicos han visto que el satélite ha registrado reducciones lumínicas en ciudades que emiten el mismo brillo o incluso están más iluminadas.

El motivo es que el sensor del satélite no «ve» la luz a longitudes de onda inferiores a 500 nanómetros (nm), es decir, la luz azul, de modo que si las ciudades reemplazan las lámparas de color naranja con luces LED por debajo de los 500 nm, el satélite detecta menos radiación aunque el brillo real haya aumentado.

Pero para el líder del estudio, Christopher Kyba, «aún hay esperanza».Hay municipios como el de Los Realejos (Tenerife, islas Canarias), que emite un tercio menos de luz que antes del estudio, o el eficiente alumbrado de las carreteras de Bélgica o el de grandes ciudades como Tucson, en Arizona, todos ellos «ejemplos de que las lámparas LED bien diseñadas pueden disminuir la contaminación lumínica de manera notable», agrega.

Los científicos concluyen que para combatir la contaminación lumínica y poner fin al derroche y a los efectos nocivos que tiene sobre la salud humana y la biodiversidad, habría que «llevar un control de las emisiones de luz como se hace con las de CO2», y desarrollar políticas de alumbrado que tengan en cuenta cómo utilizar las LED de manera eficiente porque «bien usados, los LED ámbar podrían ser la solución», subraya Sánchez de Miguel.

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